Una vez, hace mucho, tuve un romance con una gitana, pero de Europa. No se vestía igual a las que vemos por acá, tampoco, como me dijo ella, leía las manos o adivinaba el futuro.
La encontré en Madrid, en un curso de verano. A mí me parecía que ella “me miraba” y a los dos o tres días de compartir cuestiones relacionadas con el Siglo de Oro español, me decidí a preguntarle si había onda.
Su respuesta fue una mirada muy profunda y tomarme de las manos. Y me dijo: “Hagamos como que no”. Yo me quedé de una pieza. No lo podía creer. Esa tarde seguimos en el curso, fuimos de tapas con algunas chicas españolas, y a la noche,. ya pasada la medianoche, alguien golpeó a mi puerta. Era ella, vestida sólo con una camisola tipo de bambula, pero de varios colores, que resaltaban con su cabello castaño tirando a colorado.
Su cuerpo era una mezcla de almizcle y patchuli. Vaya a saber una qué decía en su lengua en el momento del éxtasis. Para mí fue una semana vibrante, llena de colores nuevos, de nuevos saberes.
Recuerdo esto hoy al haber visto ayer, durante casi todo el día, las escenas de ese Madrid en festejo por la ley que permite casarse a las persones LGT allí. Yo no me casaría, ya lo he dicho, pero estos cambios, de alguna manera, emocionan, y ponen de las chapas a los conservetas recalcitrantes.
viernes, julio 01, 2005
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2 comentarios:
sin duda, la imposibilidad de casarse era un privilegio casi exclusivo de gays y lesbix, al cual yo no hubiera renunciado.
Ahora: que sirve para hacer hervir a los garcas de siempre, sirve.
Enhorabuena, sólo por eso.
krishnamurti les decía a los pobres de la India que para qué querían luchar por el derecho a entrar a las iglesias, si al fin y al cabo Dios no estaba en las iglesias.
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