viernes, septiembre 15, 2006

Anclas

Llegué por la espalda, la besé. Fue como echar varios anclas a la vez: su cuello, su perfume, sus pechos. Renata se dio vuelta, me devolvió el beso, me abrazó fuerte. Estaba en la cocina de casa. Habíamos quedado en hacer la famosa cena L word para invitar a Laura y su chica.
Yo no tenía mucha ganas, quería estar a solas con ella, verla como el peso específico de mi realidad, de lo real en mi vida.
La saqué de la cocina, la fui llevando hacia el cuarto: “Pará Elvira, tengo los dedos llenos de cebolla y ajo, pará”, me decía. Yo la iba llevando. Quería que me acariciara con esas manos, que esa cebolla me diera la excusa justa para llorar con ella, por ella, por mí. Llorar en el cúlmine del orgasmo; gritar y jadear cuando esas manos arden en mí. “Estás loca Elvira”, me decía Renata. Yo le pedía más y más. Quería sentirla, saber que yo podía estar allí, con/en ella; quería poder sentirla completamente, real. Sus pechos sobre mis labios, los pezones lechosos incitándome a besarlos, comerlos. Sus dedos de titiritera sabiendo qué hacer en mi rosa concentrada, retraída. Cabalgarnos, inundarnos.
- Elvira, ah, te amo!
- Te amo, nena, te amo.

Anclas ante el desierto de lo incierto. Anclas en las ancas de la amada. Anclas para esta vida que brilla, y late. Estoy viva, a pesar de todo estoy viva.

Foto tomada de: http://www.outtakes.org.nz/2004/wgn/films/doi.php

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1 comentario:

Eva dijo...

que rico:
...Quería que me acariciara con esas manos, que esa cebolla me diera la excusa justa para llorar con ella, por ella, por mí. Llorar en el cúlmine del orgasmo...
Voy a leerte mas.