Hay un punto en mí que lo podría denominar mi punto débil. Es ese punto en donde lo cursi y lo salvaje se juntan.
En donde soy la humana de todos los días y la personaje de comic de algunas veces.
Salí temprano del trabajo con la idea, con la única idea de mi capuccino crepuscular. Ya saben, en el bar de la esquina, mirando hacia la Plaza de la Congoja.
Cuando entré la vi. Estaba allí sentada, con cara de pícara. Una especie de travesura.
La saludé sorprendida, y hasta Laura, la moza, también lo estuvo.
- Ayer dijiste, como al pasar, que saldrías más temprano del trabajo. Y como me comentaste acerca de este ritual, pensé en traerte un regalito. Esto.
Extendió su mano y había un chocolate con un moñito alrededor. Me quedé sin palabras, seca la garganta. Y la quería comer a besos y mi otra parte, la dura, racional y metida me decía: no, no.
- Gracias linda, - apenas pude articular.
Charlamos de su día, del mío. Charlamos y nos perdimos en el tiempo.
Hum... chocolate blanco, qué rico. Dejo que cada cuadradito se disuelva en mi boca. Lo dejo allí. Me endulza y calma mi nerviosismo.
Es que entre las otras cosas, que para ella no habíamos hablado, era qué podíamos hacer esta noche.
Realmente ni lo había pensado. Las cosas habían pasado tan rápido en los dos últimos días, y en realidad había sido ella la planeadora de todo.
Fue un momento de debilidad, lo juro. Sí, lo juro. Fue cuando pronuncié: “Si querés podés venir a casa”.
Sus ojos brillaron, sus piercings parecían brillar más.
- Sí. Sara me habló de ella.
- Mirala vos.
- Es tu ahijada, ¿no?
- Sí, pero en cualquier momento dejo de serlo, si me sigo enterando de que anda contando cosas mías por ahí.
- No te enojes, la culpa la tengo yo.
- ¿Vos? En menos de una semana ya te contó vida y obra por lo que veo.
- No. No en una semana.
- ¿No? Y ¿cómo es eso señorita?
- Desde hace más de un año.
- ...
- No te pongas así. No es un servicio de inteligencia. Es que un día que vos estabas en su casa yo fui a buscar a mi hermana. Y te vi.
Estabas entre enojada y triste y le contabas con muchos ademanes a Amanda una historia tuya. Me gustaste.
- ¿Qué? (no podía decir otra cosa)
- Sí. Me gustaste. Y le pregunté a Sara quién eras. Y después que te fuiste (ni me viste entre tantas lágrimas, supongo) Amanda le contó algo a Sara.
Te quieren mucho, y estaban preocupadas.
- Sí. Con Amanda somos casi como hermanas. Pero volviendo al aquí y ahora.
- Volviendo al aquí y ahora es que a esta lesbianita le gustaba una señora lesbiana: usted. Te vi varias veces por la calle y esperé a que me reconocieras. Pero nada.
- Te juro que no te registré.
- Ya lo sé. Y cada vez que te veía le preguntaba algo a Sara. Y bueno, el domingo cuando te vi allí no podía hacer nada, nada más que jugar. Hasta que te acercaste.
Mirando a su alrededor, como para que no oigan: “Podés creer que me mojé”.
- Che!, dije yo mirando para todos lados también.
- Es que no lo podía creer. Vos ahí y tan cerca ¿Te sueno muy, demasiado pendeja, no?
Le tomé el mentón y levanté su cara: “Para nada. No me esperaba esto. Yo también debo parecerte medio pendeja”.
jueves, abril 28, 2005
Me deshizo
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3 comentarios:
ohh!! pero te das cuenta??? ay, pero qué afortunada sós, che!! :)
sienta muy bien sentirse tan deseada, o no?
Mas bien asustada querida Brocco. Esa es la palabra.
bah, bah, bah... temes no "dar la talla"? pero si está loca por ti!!
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